Reseña de "El malestar en la cultura" de Sigmund Freud
Este es un breve resumen de las ideas de este valioso ensayo...
Daniel T. Hodgson
1/10/20254 min read


La felicidad..., qué palabra, ¿no? Cualquier actividad que el ser humano haga, parece estar relacionada con la búsqueda de la felicidad, la satisfacción y la plenitud en esta corta vida. Obligatoriamente soportamos pesadas cargas sobre nuestros hombros cansados, para ser felices, aunque sea por ratos, y nos cueste largos periodos de infelicidad. Pero, costaría muchísimo creer que, aun así, exista un ser humano que no desee alcanzar el significado de las tres palabras más importantes de este párrafo, y de esta reseña.
Sigmund Freud escribió El malestar en la cultura en la década de 1930. ¿De qué trata esta obra? Es un ensayo que intenta alertarnos de algo. No en vano Freud ha sido llamado un «maestro de la sospecha». Ha invitado a sospechar, a no quedarnos con lo aparentemente visible («la vista es ciega» dice Peterson). Si fuéramos peces, el Freud de las aguas posiblemente nos preguntaría: «¿lo has notado?», y nosotros responderíamos: «¿notar qué? Entonces Freud nos hablaría del agua; sería algo novedoso, por supuesto. Pues se entiende que es muy poco probable que los peces tengan una comprensión conceptual del agua. Viven en ella, pero no necesariamente están conscientes de ella. ¿De qué intenta alertarnos el psicoanalista?
Hemos dicho que alcanzar la felicidad, la satisfacción y la plenitud representa el fin último del ser humano. Por desdicha, en el camino, hay algunas piedras de tropiezo que nos impiden alcanzar ese fin. En este ensayo, Freud enumera, inicialmente, tres piedras de tropiezo. La primera son los desastres naturales que tanto sufrimiento le ha provocado a la especie humana. La segunda, se trata de nuestra biología, la decadencia del cuerpo, las enfermedades y finalmente la muerte; la angustia que estos hechos implican trunca perpetuamente nuestra felicidad. Y tercera, las relaciones sociales que, según Freud, aunque las otras dos causan muchísimo dolor, es esta la que más daño nos provoca; cuando nos estafan sentimentalmente, por ejemplo, o cuando tenemos cualquier inconveniente que involucre nuestras relaciones afectivas.
Pero esas tres no son las únicas causas de sufrimiento que tanto coartan nuestra felicidad, Freud nos enumera una cuarta: la cultura. Vivir dentro de una cultura tiene sus ventajas, pero también hiere la capacidad que tiene el individuo para ser feliz. ¿Cómo es esto posible?, ¿acaso vivir en sociedad no garantiza la supervivencia de la especie? Claro que sí, pero, según Freud, esto es a cambio de la plenitud del individuo. Una vida dentro de la civilización, una vida unida a una enorme cantidad de individuos que comparten cultura, nos evita un darwinismo social, donde solo viven los más aptos, mientras que los más débiles mueren. Tenemos la enorme ventaja de desarrollar una cultura humanística, de cuidar de los envejecidos y de los niños indefensos, de tener compasión y piedad por los pobres, de respetar lo que no nos pertenece. Esto es muy satisfactorio, pero, entonces, ¿por qué dice Freud que la vida en la cultura es una piedra de tropiezo para la felicidad del individuo?
Freud no considera que el ser humano sea algo estrictamente distinto del resto de los animales. Por tanto, considera que su búsqueda de la felicidad, así como aquellos, es instintiva. El ser humano tiene instintos, que, si no los satisface, en efecto, experimentará una enorme frustración. Freud no habla de un hombre y una mujer espirituales, sino de cuerpos con tejidos, tendones, huesos y fluidos… (lo que a menudo el cristianismo intenta coartar. Pero no lo logra). El autor nos dice que el ser humano encuentra su felicidad instintiva en el sexo y en la dominación. Sin embargo, dar rienda suelta a estos instintos, dentro de la sociedad, implicaría una implosión de la misma. La cultura tiende a restringir la vida sexual. Lo que trunca la satisfacción individual. El ser humano antes de la cultura era libre, podía satisfacer sus instintos plenamente, tener una sexualidad abierta; con límites amplísimos. Podía dominar según su fuerza, y nadie iría a buscarle con la policía. Claro, la intensidad de su goce era más profunda, pero, al mismo tiempo, muchísimo más corta que el de un ser humano en sociedad, respaldado por unas leyes de Estado que lo protegen, pues una vida tan vitaminada de libertad, como la del individuo anterior a la cultura, no podía menos que contraer unos resultados funestos. Así, pues, el hombre fuera de la cultura tenía una vida breve, pero muy satisfecha; breve, pero feliz.
Aquí nos encontramos con un problema serio: el ser humano no quiere una vida breve. Para garantizar una vida que no sea breve, como la del hombre fuera de la cultura, que es inmoralmente libre, era necesario, como dice Harari, «cooperar entre sí»; vivir junto a millones de personas y respetarnos mutuamente. Ese respeto implica, como ya hemos dicho, coartar los instintos de cada uno, en beneficio de todos. Así todos nos comprometemos a no actuar como animales, a no desatar nuestra sexualidad como animales, y a no dominar al otro, robar su alimento y sus pertenencias, como harían los animales. En este sentido, el animal que controla sus instintos vendría a ser el ser humano civilizado, capaz de alargar su expectativa de vida.
El autor nos indica que la felicidad plena no es posible de alcanzar debido a todo lo antes mencionado. Si todo esto es verdad, entonces la felicidad queda reducida a una simple entelequia. Lo cual no es tranquilizador. Sin embargo, Freud menciona que el individuo ha buscado maneras de canalizar estos instintos reprimidos a través de otras actividades no sancionadas por la cultura, como las artes o la misma religión, que producen un gozo alternativo —o más o menos alternativo—.
Este ensayo nos permite reevaluar nuestra vida entera, y nos acerca un poco más a este ininteligible tópico, como lo es la felicidad que tanto anhela el ser humano. Es una obra recomendada, pero debe leerse con ojo crítico y no dar nada por sentado, ya que el camino del conocimiento sigue forjándose, y es necesario nutrirnos de estas brillantes mentes, que, si bien a menudo se equivocan, sus hipótesis nos ayudan a despertar nuestra curiosidad, la gran gasolina del conocimiento.
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